Pasadas las dos de la tarde salimos hacía el lugar en cuestión. Yo conocía donde estaba ubicado el local pero nunca había osado acceder a él. Mi miedo no me lo permitía. Sentía tal parálisis por pensar en entrar allí que, aunque conocía de las prácticas que dentro se realizaban, nunca me dí el permiso de acceder sola.
B, en cambio, era asiduo a él, tanto, que nada más llegar a la recepción la chica que nos recibió lo trató de Mr. con actitud confiada y cercana.
Yo llevaba ya unas horas inquieta y nerviosa. Deseaba que llegará aquel momento, pero a la vez, sentía vértigo por el desconocimiento y descontrol de saberme sumisa por un día.
Habíamos hablado largo y tendido sobre aquel posible encuentro, así como de sus límites y cesiones. Ambos lo teníamos muy claro, aún así, el juego de la sumisión me quemaba por dentro como nada lo había hecho hasta ahora, además de quedarme algo grande a partes iguales, lo reconozco.
Al llegar a la esquina de la vinoteca ya asomaban los luminosos de la fachada del local. Tocamos al timbre y aquella chica conocida por B, de esbelta figura, nos saludó muy amablemente con su sonrisa perfecta.
Bonsoir, Mr. B. Un placer tenerle de nuevo por aquí.
En aquel instante no sentí especial agrado a que no fuese la primera vez que B. iba a experimentar aquello, aunque por otro lado me excitaba enormemente la sensación de experiencia y control que él ejercía sobre mí en esos momentos. Algo en mi interior empezaba a dejar fluir a la sumisa que llevaba dentro.
Al acceder al local, un pequeño cuarto oscuro repleto de taquillas en la pared nos invitaba a dejar nuestros enseres personales y a despojarnos de nuestra ropa de calle: el personaje comenzaba a nacer en aquel instante.
B, se apresuró a liberarse de su ropa, quedándose únicamente con un calzón de cuero negro muy sexy. Sin prepararlo, yo había elegido para la ocasión un arnés de cuerpo entero y cuero negro que atrapaba mi torso y mis piernas, liberando mis nalgas y vagina de toda presión. En el cuello, rodeándolo con presión llevaba un collar de cuero rojo con anilla incluida para favorecer la sumisión de mi amo. Mis pechos estaban rodeados por el arnés, formando un triángulo perfecto que dejaba al descubierto mis pezones, que ya erguían duros y excitados.
B. cogió sus juguetes idóneos para la sesión, y salimos de aquel cuarto adentrándonos en otra sala algo más luminosa. Era un salón con unos sofás y una barra en la que varias parejas tomaban un refrigerio sentadas. Pasamos de largo atravesando un pasillo que nos llevaba directamente a otra sala llena de camas y torsos desnudos gimiendo y retozándose sin importar las miradas obscenas del resto. Aquello parecía un concierto de éxtasis y placer. A medida que íbamos caminando entre la oscuridad, mi corazón se aceleraba más y más, a pesar de que B, de momento, no me soltaba de la mano. Yo, unos pasos más atrás, solo podía escuchar en mi cabeza el sonido del gemir de distintas mujeres abiertas en canal al placer de sus genitales. Sabía que en breve dejaría de utilizar mi sentido de la vista, pero mientras llegaba ese momento, aquel espectáculo me exacerbaba y escandalizaba a partes iguales.
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